domingo, 4 de marzo de 2012

Redescubrir

                 [Raíz: parte de una cosa, de la cual, quedando oculta, procede lo que está manifiesto.]

Mucho se habla de la importancia de conocer cosas nuevas. Se ha vuelto, en ciertos casos, una obsesión sin sentido en estos tiempos donde todo está al alcance de la mano. Con la excesiva acumulación de información que sufrimos diariamente a través de los medios de comunicación, internet principalmente, la diferencia entre conocer y entender es cada vez más difusa. Nos volvemos presas de la angustia que produce tener tantas alternativas de elección y al no saber qué hacer con tanto decidimos quedarnos con mucho más de lo que podemos manejar.

El campo de la música no escapa a esta realidad, y desde la explosión de los downloads la gente se volvió obsesionada por “tener” música y por el solo hecho de acumular. El que más sabe no es el que más sabe, sino el que más tiene. Yo mismo me encuentro a veces con que tengo discos enteros en mi colección virtual que bajé y jamás escuché, y sin embargo cuando me preguntan digo con orgullo y cara interesante que “tengo un montón de música”.

Desde mi adolescencia me gustó mucho investigar el universo musical y tratar de escuchar la mayor cantidad de música posible. Pero, aunque corro el riesgo de pecar de melancólico, antes era mejor. Podía pasarme semanas recorriendo disquerías en busca de un álbum, preguntando, haciéndome amigo del dueño, hojeando los libritos, coqueteando con un disco u otro hasta tomar la decisión y pagar esos $20 que tanto había costado conseguir. Llegar a mi casa con un nuevo disco era un momento único que alcanzaba su clímax cuando, solo en mi habitación y sin nada que me interrumpiera, me sentaba frente al equipo y lo escuchaba de punta a punta, disfrutando al máximo cada canción.

Años después, cuando con la evolución de internet descubrí que podía tener acceso básicamente a tanta música como quisiera, me convertí en un experto buscador y me obsesioné con estar a la vanguardia de la actualidad musical, de las bandas más novedosas del indie y de distintos géneros, fusiones y movimientos. Fue (y sigue siendo) un período muy enriquecedor. Pero cometí un error: sin saber porqué en algún momento del proceso comencé a renegar de la música con la que había crecido, no en cuanto a su calidad sino en cuanto a su capacidad de hacernos quedar en el pasado. Pensé que nunca más iba a poder escuchar un tema de Zeppelin, Yes, Crimson, Spinetta, Hendrix, incluso Faith No More o Living Colour sin sentirme un ser arcaico.

Pero como tantas otras veces, quedé en deuda con el destino: hace ya un tiempo salí a correr por primera vez desde una operación de rodilla. Después de 6 meses parado tenía una gran ansiedad por redescubrir el placer del deporte. Me preparé y busqué mi ipod por todos lados y no pude encontrarlo, pero encontré otro reproductor de mp3 y sin fijarme qué tenía adentro salí. Hice una parte del recorrido sin música porque quería estar atento a mi rodilla, y cuando ví que no había problemas me detuve para elegir qué escuchar. Era un reproductor antiguo que usé en un viaje en el 2005 y sólo tenía “cosas viejas”. Elegí Superunknown y a los pocos metros me dí cuenta de lo equivocado que había estado durante todos aquellos años. Me perdí en las guitarras omnipresentes de Kim Thayil y el clímax  musical de Chris Cornell. Terminé con Rush incrédulo de haber estado tanto tiempo sin escuchar Tom Sawyer o Fly by night. Y me sentí realmente estúpido y afortunado al mismo tiempo.

Y así de casualidad, mientras corría, me di cuenta que estaba redescubriendo toda una época de mi vida que arbitrariamente me había prohibido disfrutar durante mucho tiempo y sentí que estaba recuperando parte de mi identidad. Rescaté mis discos de una valija y ahora me permito disfrutar de música que no escuchaba hacía años. ‘Huir lo viejo’ o ‘Arrancarse de lo conocido’, como dice Güiraldes, es una buena premisa pero algo peligrosa si se abusa de ella. En su justa medida es necesario ponerla en práctica para abrir la cabeza y llegar hasta cosas nuevas; tal vez sin este período de rechazo no hubiera conocido todo lo que conocí.

Mi elección para esta entrada son estas dos (muy distintas entre sí) joyas de mi raíz musical personal:

La primera “Under Cover of Darkness”, un tema de Living Colour del álbum “Time’s Up”. Hace 15 años solíamos hacer veladas con mi profesor de guitarra (ahora amigo) para escuchar música, éramos varios y cada uno tenía el derecho de elegir 2 temas por noche. Entonces todos hacían silencio y escuchaban. La última vez que fui a una de estas reuniones puse esta canción que para mí sigue y va a seguir siendo perfecta.

La segunda es un tema mucho más clásico de una banda muy fuertemente ligada a mis recuerdos de la infancia y adolescencia, cuando mi viejo escuchaba Yes y yo no entendía cómo podía gustarle la voz de Jon Anderson que parecía que cantaba con un gancho para colgar ropa estirándole la garganta. Años más tarde cuando soñaba con tener una banda y tocar frente a mucha gente me imaginaba haciendo “Hold On”...

Como sea, mis amigos y desconocidos, mi mensaje final es invitarlos a Redescubrir. Saquen del arcón de cosas olvidadas esos discos del pasado, desempolven sus oídos y quizás, quien sabe, se lleven una agradable sorpresa.

(si la canción no carga bien dénle actualizar o F5 para que vuelva a cargar)
Under Cover of Darkness by Living Colors on Grooveshark
Hold On by Yes on Grooveshark

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sinfín

"Wake up dreamer, it´s happening without you"

Manchas blancas fugaces entran y salen de mi reducido campo visual. Son difusas y regulares. Hay un elemento sin nombre compuesto por aliento apresurado, piel húmeda y sangre en ebullición que se adueña de mí. Todo golpea en algún lugar de mi cuerpo y repercute fundiéndose en una sensación de semiinconsciencia y obstinado andar. Las gotas de mí forman oscuras manchas irregulares sobre el sinfín. Entra el aire a mi cuerpo hasta el más recóndito recoveco de mis pulmones y lo saboreo. Nunca sabe tan rico. Cinco más, cinco más. El cambio de canción me recuerda por unos instantes que hay gente en otro mundo alrededor mío. Dos maniquíes vestidos de atletas me lanzan una mirada cómplice. Entonces los primeros acordes del tema aportan el ingrediente final para que la receta de la inconsciencia quede casi completa. No sé si me ajusto al tempo o el tempo se ajusta a mí, pero el timing de cada beat es preciso y erosiona implacablemente los bordes de mi ventana que se achica cada vez más. Estoy a punto de desaparecer. Maldita máquina cuando me vas a mostrar la invisible entrada, la brillante salida. Y al final todo vuelve a ocurrir.

Cada vez que corro y ‘Plans’ aparece en mi playlist tengo un breve momento de felicidad doble y pienso en dedicarle una entrada. He aquí.

Esta canción es una excelente canción. Creo que el toque distintivo lo da la percusión, que es envolvente, galopante pero controlada, que libera tensión en los picos pero mantiene una línea muy sutil a lo largo de sus 4 minutos. Las dosis de guitarra son justas, bien brillantes, bien telecasterianas. El resto lo aportan un sólido bajo básico y la hermosa voz de Kele.

Amigos y desconocidos, les dejo este gran tema de Bloc Party:

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martes, 31 de agosto de 2010

Dejarse llover

                                                                                          "Upon us all a little rain must fall...”

Siempre quise escribirle a la lluvia. De hecho comencé a escribirle varias veces, pero nunca terminé los textos y un texto inconcluso al final no dice nada.

Hoy no pude evitarlo. El cielo de Buenos Aires venía amagando hace varios días con ponerse a llorar y este mediodía se decidió finalmente a abrir sus lagrimales. Yo estaba concentrado trabajando en la computadora a buen ritmo, pero de vez en cuando miraba hacia afuera y veía que el cielo estaba cada vez más cargado. De golpe vi que el ficus de la terraza dejaba de agitarse y me di cuenta que el diluvio era inminente. Lentamente fui girando mi silla hacia la terraza y me acomodé como en un cine, mirando hipnotizado cómo las primeras gotas empezaban a teñir la madera del deck de un color más oscuro y escuchando los truenos que se filtraban por cada recoveco del barrio. También mi perro que estaba acostado (sí, tengo un perro hace 4 días. Lo encontré perdido en medio del campo y me lo traje. Es un cachorrón de Labrador de 8 meses. Nunca tuve un perro tan civilizado. Se llama Thelonius) se sentó al lado mío y se quedó contemplando la lluvia inmóvil, con esa mirada de sabiduría milenaria perruna. A medida que la intensidad de las gotas aumentaba y comenzaba a escucharse más claramente el sonido del impacto contra el suelo nos fuimos quedando más y más absortos. Enjambre de gotas seductoras, tan iguales y distintas entre sí como la misma lluvia. Abrí el ventanal para dejar que el olor a ciudad mojada entre en la casa y sentí el aire húmedo y frío, escuché el ruido adormecido del tráfico y de los pasos apurados de la gente bajo gamulanes, paraguas y diarios en la cabeza, me pareció ver los ojos cansados de un tachero inclinado sobre el volante mirando al cielo y puteando en voz baja por su auto recién lavado. Estiré el brazo y me mojé la cara con la mano empapada. Fui feliz.

Cuando vivía en Lima solía imaginarme que caía una lluvia fuerte, que golpeaba implacable contra las paredes, techos y calles y las frotaba, que se llevaba el polvo y la suciedad acumulados bien lejos y le sacaba brillo a esa ciudad gris. Pero en Lima no llueve y la lluvia fue una de las cosas que más extrañé. Ahora que puedo la disfruto más que antes y trato de comprender (o dejarme llevar por) el significado oculto que tiene, esa atracción tan instintiva que siento por ella cuando las condiciones me permiten disfrutarla. Hay algo parecido a una mezcla de temor, respeto, admiración y tranquilidad. Es como si las sensaciones que tuvieron los primeros humanos que vieron caer agua del cielo estuvieran todavía latentes en algún lugar de nuestro inconsciente, y se activaran cuando nos tomamos un momento para observarla y sentirla. 

En uno de esos textos sin terminar leo: “me siento bien cuando llueve, melancólicamente feliz”. Así es exactamente como me sentí este mediodía.

Me despido dejándoles una perfecta canción que al mismo tiempo es una perfecta poesía (o al revés), en mi opinión el mejor tema de Zeppelin y más allá también. “The Rain Song” es una oda a la lluvia y a su gran metáfora, y es además un canto al amor y a la vida. Les dejo también un link a las letras en inglés y en español.

Mis amigos y desconocidos, será hasta la próxima.

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Letra en inglés: The Rain Song
Traducción al español: La Canción de la Lluvia

viernes, 23 de julio de 2010

El espacio musical (y Animal Collective)

La noche del domingo pasado me di cuenta que estaba inquieto. Me encontré frente a esa sensación de no sentirme cómodo en ningún lugar de la casa, de no estar seguro de tener hambre, sed, frío o calor, sueño, ganas de salir a correr o mirar televisión. Un domingo a la noche, y sobre todo si durante el día dormí mucho y no hice casi nada, suele ser propicio para este tipo de cosas. Ansiedad. El día estaba perdido. Necesitaba algo para serenarme o más bien para detener mi desborde de sensaciones. Me acurruqué en el puf al lado de la estufa y me quedé ahí tirado sin saber qué hacer.

De golpe lo vi clarísimo: un bálsamo musical pero al mismo tiempo estimulante, capaz de encausar mis sensaciones hacia algún lugar concreto (aunque fuera imaginario).

Me acomodé en el sillón y me puse los auriculares grandes para tener un buen sonido, pero cuando estaba por darle play me di cuenta que algo andaba mal: a mi alrededor los objetos no estaban preparados para la ceremonia, para el proceso de escuchar. La noche anterior habían venido mis amigos y vi los vasos y platos que estaban apilados en la cocina sin lavar. Lavé todo lo que estaba sucio, saqué la basura, acomodé las sillas, guardé un par de zapatillas en el ropero y colgué camisas y camperas. Apagué algunas luces, cerré un poco las cortinas y con el departamento casi a oscuras me acomodé de nuevo en el sillón. Antes de ponerme a escuchar necesitaba prepararme y recién entonces me pude disponer a sentir la música de Animal Collective sin interrupciones.

Con esto quiero decir que el ambiente condiciona mucho la música y la manera de percibirla (sobre todo a bandas como ésta), y saber manejarlo es una parte importante de todo el ritual, como una especie de Feng Shui musical. Animal Collective no es una banda fácil de escuchar porque además de ser musicalmente compleja puede resultar tan abrumadora que hace falta (o al menos a mí me gusta así) tomar algunos recaudos antes de hacerla sonar. Puedo estar loco, pero si no estoy cómodo con lo que me rodea no puedo disfrutarla plenamente y siento que me pierdo de mucho. Es como comer un plato delicioso y tener a alguien fumando al lado, o tocar la mejor guitarra del mundo con las cuerdas oxidadas.

Creo que para escuchar cierto tipo de música hace falta tener una predisposición para abordarla, una cierta proactividad hacia ella. No podemos esperar que la música nos cautive si no ponemos nada de nuestra parte y esto implica desde una apertura mental para escuchar (y sentir) cosas nuevas, hasta temas prácticos como tener un buen sonido o estar cómodo con el ambiente. Esta apertura o proactividad es uno de los dos ejes fundamentales para que la música evolucione: además de artistas creativos que se atrevan a romper con los paradigmas musicales de cada momento, hacen falta personas que estén dispuestos a abrirse para escucharlos.

Anecdóticamente, esa noche de domingo que venía barranca abajo me quedé en la misma posición por más de una hora y media poseído por la maravillosa música que hace esta banda de 4 genios, deleitándome con la variedad de sonidos, ritmos, climas. Escuché dos discos enteros; dos discos bien pensados, con temas que fluyen uno tras otro y mantienen una clara identidad de principio a fin: Feels (el tema Bees lo escuché 2 veces -es demasiado perfecto como para dejarlo pasar de una-) y luego Merriweather Post Pavilion, su último disco. Cuando terminé me sentí tranquilo: mi domingo no estaba perdido.

En el 2008 tocaron gratis en Lima una semana después de pasar por BA. Hice 2 horas de cola y a 20 metros de la puerta no dejaron entrar más gente…

Los dejo con dos temas de Animal Collective, uno de cada uno de los discos que mencioné. Si no conocen a esta banda les sugiero (y es sólo una tímida sugerencia) que se consigan un buen sonido (fundamental siempre, y si escuchan desde la computadora traten de usar headphones) y que no se apresuren en ponerle etiquetas a esta música casi inclasificable (aclaración: "música de mierda" también es una etiqueta, y creo que de las más inapropiadas).

Amigos y desconocidos, espero lo disfruten:

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http://animalcollective.org/

sábado, 20 de marzo de 2010

Screaming Headless Torsos


Creo que la buena música es aquella que logra llegar al exclusivo lugar donde sólo acceden las cosas que conmueven.

Algunas bandas, artistas o géneros tienen la característica de hacerse desear mucho. Es a las que a veces, muy equivocadamente, denominamos "de gusto adquirido". Estas bandas nos gustan en realidad desde el principio, sólo que nos cuesta darnos cuenta. Sino no se explica porqué seguimos insistiendo en escucharlas. En esa música hay algo que no se entiende o no se puede conquistar, hasta que finalmente te atrapa. En mi caso puedo pensar en el Jazz como un ejemplo de esto.

Otras bandas tienen un estilo que nos va envolviendo de a poco, que seduce lentamente y nos conduce por caminos alternativos del goce musical hasta que de pronto llega a ese lugar, y ahí es cuando decimos "ah...esto es muy bueno". El recorrido hasta allí se disfruta mucho, pero el clímax recién se alcanza cuando te das cuenta de la magnitud de lo que estás escuchando.

Pero también existen (por suerte) las bandas que se ahorran todo discurso previo, toda histeria y falsa modestia y van directo al grano. Con estas bandas hay que tener cuidado porque nos pueden explotar en la cara como una bomba. Siempre hay que estar preparado, tener fe y andar con la esperanza de encontrarlas a la vuelta de la esquina. Porque cuando se nos ponen en frente hay que abrir la cabeza y disfrutarlas al máximo.

Screaming Headless Torsos es una de estas bandas. El cabrón de Dave Fiuczynski te mira a la cara y sin ningún aviso saca un garrote y te parte la cabeza. Así de simple. Recuerdo perfectamente una noche de estudio hace muchos años, 2002 si no me equivoco, mientras escuchaba un programa de radio de Fabián Couto que se llamaba "acariciando el filo de la noche", el tipo pronunció este nombre largo y raro y puso uno de sus temas. Nunca me avisó lo que iba a venir y yo quedé shockeado y no pude seguir estudiando. Al poco tiempo los fui a ver por primera vez y fue un show alucinante.

Ayer, después de 8 años, volvieron a Buenos Aires y tocaron a 8 cuadras de casa. Ahí estuve con mi amigo La Tortuga, que vino por mi recomendación y quedó agradecido. Dos horas de una presentación implacable.

Siempre salgo de este tipo de recitales inmensamente alegre, lleno de energía y con la certeza de que acabo de ver una obra maestra reservada para unos pocos. Pero al mismo tiempo no puedo evitar sentirme un poco abrumado por la exquisitez de lo que acabo de escuchar, por el dominio perfecto de un instrumento al que yo trato de manejar hace 16 años. En otras palabras, me convenzo una vez más de que soy un pésimo guitarrista y cuando llego a casa y miro mis guitarras casi les pido perdón de rodillas.

Armé una breve playlist de 2 temas: el primero es un tema más fácil de escuchar, uno de sus ‘clásicos’ si es que así puede llamarse a una canción conocida de una banda poco conocida. El segundo es un tema engañoso y muy peligroso. Déjense llevar por la increíble voz de Dean Bowman, un verdadero maestro del canto, y atenti al solo desquiciado de Fiuczynski que arranca en el minuto 3:38. Parece decir “mi guitarra ya no me alcanza para transmitir todo lo que siento”. Estoy seguro de que después de grabarlo la partió a golpes contra el piso. Yo al menos hubiera hecho eso.

Para ustedes, mis amigos y desconocidos, Screaming Headless Torsos. Y no digan que no les avisé.

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http://www.torsos.com/

martes, 15 de diciembre de 2009

La compra del extractor

Toda la gente va hacia algún lugar.

Saludo cortamente al chofer del colectivo, pago y me siento en el asiento del medio de la última fila. Me refriego las manos por el frío y miro a mi alrededor complacido. Ese es mi lugar preferido, el panóptico del bondi. Puedo ver a todos los que entran y salen. Los colectivos de la ciudad de Buenos Aires son como una procesadora: la gente sube por adelante, se sienta, se queda parada, habla por teléfono, sufre empujones y pisotones, escucha bocinazos, piensa, mira sus relojes, hace equilibrio, respira olores, de alguna forma u otra atraviesa todo el pasillo, toca el timbre y sale escupida por la puerta de atrás. Grandes ideas deben haber surgido adentro de los colectivos. Hay gente que se debe haber enamorado arriba de una de esas ciudades ambulantes. Los que se toman siempre el mismo colectivo a la misma hora se deben haber hecho amigos. He visto gente llorar, gritar, putearse. Cada colectivo puede ser una experiencia inolvidable, una máquina urbana de embutidos que se nutre de personas. Las cosas se procesan ahí adentro.

Mi boleto no es capicúa. Hace mucho que no me toca uno pero siempre estoy cerca, unos números antes o después. Esta vez la viejita que dejé subir antes que yo se quedó con el premio. Me muero de ganas de que me toque un capicúa.

Y toda la gente va hacia algún lugar. Miro a los pasajeros y me entretengo imaginándome adónde va cada uno. A trabajar? A estudiar? A robar? A visitar a un amigo? A un velorio? A matar a alguien? A tener sexo? A jugar al fútbol? Yo voy a comprar un extractor de humedad para mi baño.

En el primer negocio no encuentro lo que necesito. Me mandan a otro lugar no lejos de ahí. Camino entre el bullicio de la avenida Santa Fé esquivando gente como balas. Rozo cuerpos extraños. Recibo folletos que no leo y tiro en el próximo tacho de basura. Un hombre flaco y canoso sale de un kiosco y le da un mordisco desesperado a un pancho cubierto de mayonesa y mostaza. Dos rubias platinadas se meten en un negocio de celulares. Salto un hilo de agua sucia que sale de entre los escombros de una obra. Tres obreros que fuman apoyados en la pared miran con ojos lujuriosos a una cuarentona rellena que apura su paso. Me cruzo con un morocho de ojos negros, con un rubio de ojos claros, con una mujer gorda, con un tipo de traje gastado y zapatos grandes. Paro en la esquina y siento temblar la vereda con el paso de los colectivos. Una mujer con su hijo de la mano se acerca imprudentemente al tránsito y cruza la calle corriendo. Sigo mi recorrido y paso al lado de un negocio de diarios y revistas. Me agacho para no chocarme con las minas en bolas de las tapas. Más adelante rodeo la esquina de Chiara y veo desde la vereda a Cristian que está tomando un pedido por teléfono, igual que todos los días hace quince años cuando llegó de Uruguay. Finalmente llego al lugar indicado. Hay una cola de personas frente a mí. La mujer que está siendo atendida parece indecisa y hace preguntas absurdas sobre las pilas de un teléfono inalámbrico. Me propongo no impacientarme y respiro profundo, como si llenando mis pulmones de aire mi mente pudiera ponerse en blanco. Miro absorto la pared de atrás del mostrador del local: está repleta de frascos etiquetados que contienen clavos, arandelas, tornillos y no sé que otros misteriosos componentes de la grifería y la electricidad. Cada una de esas pequeñas piezas tiene una función, hubo una mente que las pensó, diseñó y fabricó, y ahora frente a mí hay un especialista en ellas que tiene los dedos machucados de tanto agarrar piezas de metal.

Salgo del lugar con la frente en alto y el extractor de humedad que buscaba en una mano. Toda la gente va hacia algún lugar. Yo vuelvo a mi casa.

jueves, 21 de mayo de 2009

Saberse planta

Presiento que esta noche soy un Lirio (Martín Buscaglia)




Fría y gris en mi mente, futura paradoja producto de la apresurada subjetividad con la que se miran y se juzgan las cosas cuando todavía no se conocen lo suficiente (y más aún cuando se trata de una ciudad en plena primavera), Montevideo había sido hasta entonces, para mí, más una desilusión que una conquista. La sucesión de hechos maravillosos que creía debían ocurrirme todavía no había llegado.

Vi el afiche desde el asiento trasero, apretujado contra una de esas insólitas barras de seguridad de los taxis montevideanos que me hacían doler las rodillas todas las mañanas. En una esquina mis ojos se toparon a través del cristal empañado con el cartel algo desgarrado por el viento que, receloso, se mecía escondiendo un mensaje que no estaba seguro de haber leído del todo bien. "No podrás leerme tan fácilmente", parecía decirme. Estuve atento pero no volví a ver otro igual en el camino. Esa tarde volviendo al hotel pasé por la misma esquina. Me acerqué despacio para tomarlo desprevenido y estirándolo por los costados pude leer con claridad lo que me había parecido: 'Maceo Parker en Concierto'.

El día siguiente llegué a 'Central' con la suficiente anticipación como para que me dijeran que todavía no habían abierto las puertas. En un ataque de necesidad de urbanidad crucé la calle y entré en 'la Pasiva' para hacer tiempo. Acodado a la barra disfruté de una húngara y un liso mientras cruzaba comentarios de fútbol con uno de los mozos. Volví a la carga cuando vi que la gente ya empezaba a entrar.

Parado al borde del escenario (no podía creer la dicha de estar tan cerca) y cuando recién terminaba de acomodarme entre la gente, tres tipos con instrumentos se pararon decididos frente al público y comenzaron a escucharse aplausos y gritos, indicando que había algunos que conocían al telonero local que se presentaba. Sin darme tiempo a preguntar quiénes eran esos tres comenzó a sonar una música inesperada, equilibrada, fresca, contundente, de letras audaces y una interpretación cuidada y lograda. Un pelado (el pelado) y su mandolina cautivaban a todos desde el escenario, y tras unos pocos minutos dijo 'muchas gracias' y desapareció con su banda tan sorpresivamente como había aparecido. Fueron sólo 4 canciones. Antes de que empezara el show principal yo ya estaba satisfecho. Tuve que preguntar varias veces hasta que alguien me pudo confirmar con seguridad su nombre completo. 'Martín Buscaglia', me repetí varias veces mientras veía como varios hombres/hormiga transformaban el escenario para que toque el señor Maceo.

Debo decir que el CD de Martín Buscaglia que conseguí al día siguiente, a un precio exagerado en una disquería de Ciudad Vieja y hace ya casi tres años, fue uno de los últimos que compré (al menos uno de los últimos originales que compré). Lo escuché muchas veces y me encontré con que además de las pocas canciones que había tocado esa noche las demás canciones del disco también eran muy buenas. Fue una dignísima última compra.

Esta canción me sorprendió en medio de un shuffle mientras buscaba posibles temas con los que seguir nutriendo este espacio. Recordé esa noche y recordé a Montevideo, ahora paradójicamente, colorida y acogedora. Tan colorida y acogedora como la imagen de un Lirio.

Y casualmente por estos días ando sintiéndome un poco como una planta.

http://www.martinbuscaglia.com/

jueves, 1 de noviembre de 2007

Correr en Lima

Qué escribir. Siempre me pregunto lo mismo.

Anoche salí a correr. Me atacó ese impulso incontenible de mover mi cuerpo y sin pensarlo me cambié y tomé Ricardo Palma hacia la Vía Expresa. Era la hora de escape, de regreso a los hogares. Las veredas estaban atiborradas de personas y las calles de autos, taxis y buses que, como siempre, ponían a prueba el volumen de sus bocinas en un concierto sin partitura. No tardé en darme cuenta de que la gente me observaba mucho. Tal vez mi vestimenta llamaba la antención: pantalones del Fenerbache azules con rayas amarillas fosforescentes a los costados, camiseta blanca y violeta de Defensor Sporting y medias naranjas. La gente me miraba y yo los miraba tratando de adivinar qué estarían pensando de mí. Gringo. Gringo. Gringo. Un gringo apurado. Un gringo corriendo. Un gringo importado. Con el pasar de las cuadras comencé a transpirar y mi cara se puso roja. Ahora la gente me miraba más que antes. Cuando un semáforo detenía mi marcha en una esquina yo continuaba moviéndome a los saltos, levantando los talones, respirando ruidosamente y largando algún escupitajo. Al principio me molestó el hecho de sentirme tan observado, pero la aceleración de mis pulsaciones hizo que me deshinibiera y poco a poco me fue resultando gracioso. Comencé a no volver la mirada a los ojos inquisidores y a prestarle atención a las caras de las personas que me miraban. Un mini bus lleno de gente se detuvo frente a mí cuando practicaba mis saltos en una esquina. Tenía la ventana tan cerca de mi cara que casi podía empañarla con mi respiración. Desde adentro, un viejo con lentes inmensos y boina me miraba obsorto. Clavé mis ojos en los suyos y los sostuve unos instantes, hasta que el viejo abrió su boca sin dientes y levantando su vista esbozó una sonrisa sincera y tímida. El bus adelantó unos metros y se detuvo nuevamente, dejándome cara a cara con un nuevo espectador: una mujer de cara gorda y curtida, pelo lacio negrísimo y grasoso. Torció su mirada hacia mí y, primero sobre mi pelo, mi piel, mi ropa y finalmente sobre los míos, sus enormes ojos negros y vidriosos fueron recorriéndome. Nuestras miradas se econtraron a través del vidrio sucio de la ventana por un momento, hasta que la mujer sonrió y su cara gorda se llenó de arrugas mientras el bus continuaba su trayecto y se alejaba a los gritos en el caos limeño.

Seguí mi camino improvisado jugando con todas las miradas que se me cruzaban. Casi todos sonreían. Otros pocos miraban serios o tímidos hacia otro lado. Corrí durante 45 minutos y regresé a casa feliz y exhausto. Muy probablemente, nunca más iba a volver a ver a ninguna de esas personas. Ahora podía imaginarme sus vidas como yo quisiera, y tal vez ellos estuvieran haciendo lo mismo con la mía. El viejo de lentes inmensos estaba sentado frente a la televisión en su humilde casa, desgarrando pedazos de pan con sus grandes manos y untándolos con los restos del plato recién terminado. La mujer de ojos vidriosos revolvía una cacerola ante la ansiosa mirada de sus hijos. El cambista que me había mostrado la calculadora con la cotización del dólar contaba la recaudación de la jornada y acariciaba billetes sucios y gastados. La mujer que desgranaba maíz morado en la esquina regateaba unos soles con un potencial cliente. La noche apagaba de a poco a Lima y para todos ellos yo era un bocinazo más en la sinfonía insólita de esta ciudad.

domingo, 20 de mayo de 2007

Aguas abiertas

Agua (Los Piojos)


Un tipo que conocí en un viaje decía que del negro venimos y al negro vamos, y por eso sólo se vestía con ropa negra y hasta ataba su largo pelo negro con una cinta negra. Conozco otros que dicen que vamos a un lugar misterioso y mucho mejor que en el que estamos, y por eso tienen fe toda su vida para llegar hasta allá. Algunos creen que de la nada venimos y a la nada vamos, y por eso no hacen nada de sus vidas. Yo no sé de donde venimos ni hacia donde vamos. Pero sí se donde me gusta estar. Me gusta estar en el agua.

Me gusta el agua. Su flexibilidad y su dureza. Su transparencia y su oscuridad. Su sonido y su silencio. La perfección con la que envuelve las cosas, la amabilidad con la que recibe a los objetos extraños. Me gusta el efecto tranquilizador que tiene sobre los ojos y la mente de las personas. Me gusta flotar en el agua con mis pensamientos, embeberlos y escurrirlos, dejar mi mente fértil y apacible.

Al mismo tiempo tengo la fuerte sensación de que hacia el agua voy. Lo que más quiero está en otro océano y debo convertirme en río que atraviesa fronteras para poder desembocar en él, formar parte ya de sus profundidades.

Todas estas cosas pasaban por mi cabeza mientras escuchaba los primeros compases de esta canción, y a medida que me iba envolviendo el sonido me imaginaba en un agua tranquila, reventando de sol y sal, deslizándome mansamente por el mar de su costas y las mías.

http://www.lospiojos.com.ar/

miércoles, 28 de marzo de 2007

Tiempo al tiempo

Out of Time (Blur)


Sin saber porqué, últimamente estuve bastante obsesionado con la simultaneidad de las cosas en mi vida. Todo pasa al mismo tiempo y las cosas se escurren entre mis dedos, caen en el agujero negro del tiempo y muchas no vuelven nunca, se pierden para siempre. Una y otra vez, me asombra nuestra capacidad de mimetizarnos con la velocidad, con la multiplicidad de eventos. Solo de vez en cuando me doy cuenta de todo lo que me estoy perdiendo con cada segundo que pasa.

Todos los días se pone el sol en el río de la Plata, a 4 cuadras de mi oficina, y yo no veo ese espectáculo. Cada mañana sale por los acantilados de Chapadmalal y yo no estoy ahí, tomando mate con los muchachos y juntando valor para meterme al agua.

El mundo danza alrededor nuestro y lo miramos de reojo. A veces pienso que de todas las opciones que nos ofrece la vida elijo y reafirmo siempre la más absurda para vivirla. Después de todo el calendario es una broma hecha de días, meses y años imposible de evitar.

Esta canción de Blur me desacelera y los 4 minutos que dura parecen eternos, como hechos para estar en todos lados a la vez...